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| by PamelaS

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Reportaje: Cero Machos

CERO MACHOS

 

Por decisión y en el disfrute de serlo. Son los nuevos padres que lo mismo gozan que comparten derechos y responsabilidades en igualdad de circunstancias con las madres de sus hijos, sin que esto lo determine el hecho de vivir en pareja bajo el mismo techo o si se atraviesa por un proceso de separación. Encontramos cinco historias de papás fuera de serie

Papá Juan Carlos Gallo y su hijo Carlos Miguel. La Convención sobre los Derechos del Niño establece que ambos padres tienen obligaciones comunes de crianza y desarrollo (FOTO: LUZ MONTERO )

TEXTO ELIZABETH PALACIOS / FOTOGRAFÍA LUZ MONTERO

| DOMINGO, 21 DE JUNIO DE 2015 | 00:10

Mientras caminan por la calle, busca entrelazar su mano con esos dedos pequeños. Luego inician una larga conversación sobre animales. Esta es una de las escenas favoritas de vida cotidiana de  Daniel al lado de  Antonia, su hija de nueve años. Él siempre dice que hace una década, cuando se convirtió en padre,  su vida cambió. En su conteo personal incluye los nueve meses de gestación.

El cerebro  y  el corazón de Daniel Zetina, escritor y editor de libros, fueron paternales por decisión desde que cumplió 16 años, tras una infancia difícil en una familia que él mismo califica como disfuncional, razón por la que dejó el hogar al cumplir  14 años.

Tal vez la ausencia de su padre fue lo que determinó que dos años después tomara la decisión de que sí sería padre y que estaría siempre presente y cercano a su hija o hijo. Sucedió al  cumplir los 20, cuando en concenso con su pareja decidió ser papá. Y no uno de esos que, de  acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), apenas dedican 15 horas y ocho minutos a la semana a “las tareas domésticas”, entre las que se incluye “el cuidado de los hijos”, un dato que evidencia una disparidad de género en cuanto a la responsabilidad y participación en el cuidado y crianza de los hijos e hijas.

Pero eso  comienza a cambiar. Sí  existen hombres en México que, como Daniel, han decidido, consciente y voluntariamente, asumir un rol distinto  y darse la oportunidad de disfrutar, aprender y crecer emocionalmente con esta experiencia. Cinco de ellos decidieron  contar su historia a Domingo:

Daniel, el que estudió para ser papá

Daniel no se considera el mejor padre del mundo, pero  desde muy joven adquirió el compromiso de intentarlo. Durante los primeros meses de vida de su hija Antonia se le veía caminar por las calles de Cuernavaca, llevando  a la niña cargada con un rebozo, practicando lo que los libros le habían enseñado que era “la teoría del cuarto trimestre”, es decir, tratar de prolongar para el recién nacido la experiencia vivida en el vientre materno para contribuir a su desarrollo emocional y su integración paulatina y mucho más amable con el mundo exterior.

Han pasado casi 10 años desde aquellos días y ahora Antonia y sus padres viven en Querétaro, pero ellos están en un proceso de divorcio, por lo que la niña pasa exactamente la mitad del tiempo de cada semana en casa de papá. A pesar de esta circunstancia y de que ahora tanto el padre como la madre de Antonia tienen nuevas parejas, la rutina de acompañar a diario a su hija a la escuela, ya sea en un camión de pasajeros o en bicicleta, no ha cambiado para Daniel. Cocinan juntos, estudian, leen y sobre todo, conversan. Las largas charlas que antes podían ser sobre las historias de fantasía que leían juntos cada noche, con el paso del tiempo han evolucionado hasta convertirse en verdaderas disertaciones sobre el amor, la pareja, las rupturas, la evolución de las sociedades y las nuevas formas de integrar una familia.

Cuando le pregunto a Daniel cómo fue el proceso de aprendizaje de la paternidad, responde  convencido que él decidió desde muy joven “estudiar para ser padre”. Leyó, investigó, habló con médicos, psicólogos, parteras, antropólogos y sociólogos que integraban su círculo social desde que él y su pareja decidieron embarazarse. Por ello, cuando alguien le pregunta la edad de Antonia, Daniel siempre responde que ya tiene una década de vida, aunque apenas haya celebrado su cumpleaños número nueve.

Para criar a su hija de esta manera, Daniel aplazó incluso algunos de sus proyectos personales y profesionales, como el estudio de un posgrado o la consolidación de un proyecto editorial. La maestría pudo estudiarla hasta que la niña tenía cuatro años y actualmente, está pensando en iniciar el doctorado.

Daniel es un ejemplo de que, tal como el psicólogo e investigador chileno Francisco Aguayo explica en el libro Guía de paternidad activa, un padre presente y cuidador no será aquel que agregue en su agenda horas para sus retoños sino aquel que pueda superponer una hoja transparente, la de sus hijos e hijas, a cada hoja de su agenda laboral y personal, asumiendo esa doble agenda permanentemente, tal como lo hace una gran mayoría de  mujeres de forma cotidiana.

Crear esta doble agenda en la mente masculina y poder compartir y repartir con las mujeres su gestión, probablemente sea una de las características que más definan a un varón que ejerce una paternidad igualitaria, integral y activa.

Papá Daniel Zetina y su hija Antonia

“En las leyes y políticas públicas de México, la ‘paternidad responsable’se refiere a cumplir con la manutención. El involucramiento en la dinámica familiar queda invisibilizado. No se fomenta en políticas públicas una paternidad activa e integral” René López, Gendes A.C.

Rodolfo, el juego en primer plano

No sabía que podía ser un protagonista de lo que actualmente se conoce entre especialistas de estudios de género y nuevas masculinidades como paternidad activa o integral. Tampoco era consciente de que sería capaz de atravesar la ciudad desde cualquier punto con tal de llegar a comer cada tarde a su casa. No sabía que algún día sus manos de ingeniero civil serían capaces de ayudar a otras pequeñas manos a armar un delicado ramo hecho con hojas secas. Mucho menos tenía idea de que esa ocurrencia durante el paseo cotidiano por el parque dibujaría en el rostro de su esposa Úrsula la expresión más amorosa que jamás él hubiera visto en nadie.

Rodolfo Montiel sí vivió con su padre sin embargo, no recuerda que eso haya sido una experiencia particularmente amorosa ni afectiva. De hecho, la dureza y la exigencia son los recuerdos que le quedaron más grabados de su infancia. En contraste,  él es un hombre que siempre sonríe, con indudable sentido del humor no duda en levantarse y tomar el micrófono en alguna reunión de amigos y cantar, con el mismo talento que construye edificios.

Es también un hombre que juega con sus hijos y lo disfruta. Que los baña todas las mañanas y los cuida en momentos como el de estos días en que han padecido un cuadro de varicela y no han podido acudir al colegio.

Cuando Úrsula y Rodolfo decidieron convertirse en una familia hubo varios cambios en sus respectivas dinámicas individuales. Uno de los primeros fue que ella dejó su trabajo de oficina para poder estar de tiempo completo con Emilio, el primero de sus hijos. Dos años más tarde llegó Iker, así que ella continuó en casa. Eso podría haber trazado un camino fácil para Rodolfo. Se le abría  la opción de ser sólo un padre proveedor, pero desapegado de las tareas de cuidado y crianza cotidianas, como lo había sido su propio padre. Sin embargo, él no optó por la opción del rol tradicional y  desde que tuvo a su primogénito en brazos, cuando nació, supo que su vida jamás podría volver a ser la misma.

Aprendió a bañarlo, a cambiarle el pañal, a alimentarlo y acompañó sus primeros pasos, su primer día de escuela y también sus descubrimientos o logros, como aquél de seguir la fila de hormigas en el parque.

Lo mismo hizo cuando nació Iker. Hoy Rodolfo no duda ni un segundo en afirmar que ser padre —específicamente un padre que cuida calidad y cantidad del tiempo al lado de sus hijos mientras crecen—, es la mejor experiencia de su vida.  Sus amigos se burlan de él cuando se tiene que dejar una reunión porque hizo la promesa de llegar y leerles un cuento antes de dormir, aunque le encante bailar y cantar hasta entrada la madrugada. Sus compañeros de trabajo le preguntan para qué madruga al llevar a sus hijos a la escuela si su esposa no trabaja y podría hacerlo ella. Rodolfo simplemente cierra sus oídos a las críticas y disfruta la decisión que tomó de ser parte activa de la vida de sus hijos, porque aprendió en carne propia que un padre puede estar sentado a tu lado, compartiendo la mesa durante la cena o viajando en el mismo auto, pero sentirse emocionalmente tan lejano, como si viviera a kilómetros de distancia.

El modelo de paternidad participativa se encuentra en construcción, y por ello se deben seguir fomentando medidas que contemplen cambiar los roles y estereotipos culturales de género, de tal manera que la paternidad no sólo se asocie al rol de proveedor económico de los hijos e hijas, sino más bien que implique una presencia integral, afectiva y de cuidado.

El especialista Francisco Aguayo asegura que existen evidencias y estudios referencia, sobre todo en países nórdicos, de que cuando hay participación activa del padre en el cuidado de sus hijos e hijas —y sin violencia—, se produce un efecto positivo en ellos que repercute en su rendimiento escolar, su desarrollo social y emocional,  sus proyectos de vida y en la construcción de sus relaciones con otras personas de manera más equitativa.

Papá Rodolfo Moniel y su hijo Iker

Juan Carlos, las vueltas de la vida

Hace tres años y medio que la vida de Juan Carlos dio un giro de 180 grados. No sólo porque una relación a distancia se convirtió en un vínculo formal, cotidiano y concreto, de tiempo completo, con Patricia, su pareja. Tampoco sólo porque decidió mudar su residencia a Zacatecas, la tierra donde ella era parte de la planta directiva de un periódico local. La vida de Juan Carlos cambió principalmente porque cinco meses atrás había decidido ser padre.

El pequeño Carlos Miguel hoy tiene casi cuatro años y adora jugar a las luchas, o “a los peleadores”, como dice con gran claridad al acompañar a su padre en esta conversación. La seguridad que proyecta hace difícil creer que apenas ha sorteado su primer año en el jardín de niños.

Patricia nunca ha dejado de trabajar. Ni siquiera se tomó los tres meses de licencia de maternidad. A pesar de haber tenido fuertes complicaciones tras el parto, tuvo la osadía incluso de organizar juntas editoriales en su habitación de hospital, con el consecuente regaño de los médicos.

Juan Carlos Gallo es guionista y camarógrafo. Siempre ha podido adaptar sus horarios y trabajar con cierta libertad, sin embargo su vida entera estaba en la Ciudad de México, por lo que el cambio a Zacatecas, donde su apuesta fue construir una familia y criar a su hijo, era una decisión con fuertes implicaciones.

Sin embargo, él lo recuerda relajado, ante el asombro de Patricia que me cuenta cómo los hombres con los que tenían amistad o parentesco en Zacatecas veían con asombro los roles invertidos en la familia que recién habían formado: resistencia cultural.

Desde el principio Juan Carlos asumió el cuidado no sólo del bebé, también de ella pues se encontraba delicada de salud. Cuando estuvo sana nunca se discutió si debía dejar su trabajo. Eso era un acuerdo tácito, Patricia continuaría en su labor como periodista. Si bien había una cuna portátil en su oficina donde el bebé la acompañaba en algunos momentos, lo cierto es que fue Juan Carlos quien asumió tareas de crianza tan cotidianas como el baño, el cambio de pañales, la alimentación y la estimulación temprana del bebé desde los primeros días.

Eso no ha cambiado, al contrario. Ahora que la familia se ha mudado a la Ciudad de México nuevamente y que Carlos Miguel ya asiste a una escuela diariamente, Juan Carlos aprovecha las mañanas para trabajar desde casa o para  asistir a algunas reuniones con sus clientes y colaboradores.

Pero las tardes están dedicadas a jugar con su hijo, a pasear por el parque, a hacer los deberes y a cocinar o cualquier otra labor, doméstica o no, que su familia requiera.

Cuando le pregunto a Patricia si se siente apoyada con Juan Carlos, ella no lo duda y responde que no es apoyo lo que ella siente, ella se siente sobre todo amada por su compañero de vida. En efecto, ella sabe que Carlos Miguel y Juan Carlos tienen un vínculo especial, que incluso algunas veces ella es una especie de “personaje entrometido en las conversaciones de este par inseparable”, pero sin duda, no cambiaría nada de su vida familiar.

Juan Carlos sabe exactamente cada detalle del crecimiento y desarrollo de Carlos Miguel. Me cuenta que su primera palabra fue “pañal” y fue justamente en un momento de prisa cuando la pareja hablaba de que había que empacar pañales para salir de casa.

A él nunca le importaron las críticas de los hombres tradicionales que veían con extrañeza la forma que Juan Carlos tenía de vivir la paternidad. Dice que incluso algunas cosas ni siquiera las notaba, hasta que Patricia se las mencionaba.

De personalidad relajada y, con la tranquilidad que la satisfacción de estar haciendo lo correcto desde su punto de vista, Juan Carlos disfruta de las horas de silencio y concentración que tiene mientras su hijo está en el colegio, pero confiesa que cada tarde, cuando va por él, espera el momento de jugar, leer un cuento o simplemente tener esas entrañables charlas en las que Carlos Miguel no es tratado como un niño de casi cuatro años, sino como una persona pensante en formación y evolución constante.

René López Pérez, analista sobre el tema de la paternidad y miembro de la asociación civil Género y Desarrollo (Gendes, A.C.) está convencido de que con estas nuevas formas de construir la paternidad, la apuesta es que los hombres se den cuenta de que la manera como les dijeron que debían comportarse, en lugar de generar beneficios, causa daños en ellos mismos y en quienes les rodean. Justamente, al ser la masculinidad un tema relativamente nuevo en los estudios de género, la paternidad y las nuevas formas de relacionarse con las parejas y los hijos cobran un papel fundamental para que los hombres puedan replantear su identidad masculina.

Alfonso, entrenarse para vivir

Hace 14 años Alfonso diseñaba libros al por mayor y atravesaba la ciudad a diario para llegar a su puesto de trabajo en la zona de Santa Fe, en el poniente de la ciudad de México.

La oficina de su esposa estaba por la zona de lo que hoy llaman Nuevo Polanco. Su vida era como la de muchas parejas: levantarse temprano, dividirse las tareas domésticas y, en función de la logística, cooperar para salir a tiempo y que todo marchara como la perfecta maquinaria de un reloj suizo.

Sus hijos estudiaban en colegios de tiempo completo. Coordinar los horarios de trabajo con la dinámica familiar era complicado, como lo es para muchos en esta ciudad. La división de tareas domésticas y de responsabilidades en la crianza de los hijos no parecía algo que tuviera que ser discutido. Simplemente o se hacía o la dinámica cotidiana colapsaría. Pero un día llegó el cambio.

En un momento imprevisto, a Alfonso Reyes lo alcanzó un recorte de personal y perdió su empleo. Abrumado por la angustia del cambio sorpresivo, encontró en sus hijos la clave para descubrir una nueva forma de vida que antes ni siquiera había imaginado tener.

A él siempre le han gustado los deportes, sobre todo el fútbol y el atletismo, así que mientras buscaba empleo y decidía cómo enfrentaría su nueva situación, comenzó a llevar a sus hijos a entrenar estos deportes.

También comenzó a hacerse cargo de las labores domésticas, pues comenzó a realizar diseño en forma independiente desde la pequeña oficina que montó en su casa. Desde antes procuraba encontrar tiempo en medio de la prisa cotidiana para hacer la  tarea con sus hijos, o al menos revisarla, pero cuando vino el cambio descubrió que podía hacer mucho más con ellos.

Comenzó a disfrutar cada momento familiar que tenían y así, decidió dejar de buscar trabajo. Optar por ejercer su profesión en forma independiente le permitía no sólo cuidar a sus hijos, sino conocerlos y acompañarlos en su desarrollo, algo invaluable que no quería perderse. Han pasado algunos años desde entonces. Hoy Alfonso ha vuelto a trabajar en una casa editorial reconocida pero logró negociar un horario reducido para poder pasar las tardes con sus hijos. Su esposa también notó los beneficios que esta nueva dinámica familiar tenía y, aunque a un ritmo más lento, logró también un horario más flexible para combinar su desarrollo profesional con la crianza de sus hijos.

Francisco Aguayo, de Fundación Cultural Salud, explica que la paternidad participativa enfrenta barreras de todo orden: culturales, políticas, sociales y hasta emocionales. Muchas veces el entorno es adverso para aquellos padres que quieren cuidar a sus hijos. No en vano casos como el del actor Ashton Kutcher y su campaña mediática exigiendo cambiadores de pañales para bebés en los baños masculinos se han hecho virales.

Aguayo sostiene que el problema es que en América Latina no se ha conseguido que los padres sean reconocidos por el Estado como “cuidadores legítimos”. Eso se refleja mucho al momento que ocurre una separación en la que muchas veces la custodia es otorgada a la madre en forma automática, descalificando al padre como cuidador principal.

En el ámbito laboral, no existe una cultura de cuidados post natales y licencias de paternidad, tampoco de conciliación entre familia y trabajo, lo que constituye también una barrera para la construcción de familias más equitativas y con padres más involucrados.

“Las políticas públicas deben apuntar a que haya más equidad en el cuidado de los hijos e hijas. Así lo han hecho y lo han logrado por más de 30 años algunos de los países nórdicos, con políticas multisistémicas o comprensivas como igualdad de salarios, promoción de la participación de las mujeres en el mercado laboral, promoción de que los hombres entren al territorio del cuidado con post natales masculinos largos y políticas de conciliación trabajo-familia”, explica Aguayo.

Papá Alfonso Reyes y sus hijos Daniel (izquierda) y Alejandro

Ignacio, el compañero atípico

Don Ignacio hace tiempo que superó los 60. Sus cuatro hijos ya son adultos. Los dos varones están casados e incluso ya lo han hecho abuelo. Las dos hijas siguen solteras, viviendo en la casa familiar. Fue precisamente una de ellas, Yenni, quien me motivó a platicar con su padre al contarme que había sido un “papá maravilloso”, y que lo sigue siendo.

A pesar de pertenecer a una generación que se resistía mucho más a la participación de los hombres en la crianza de los hijos,  Ignacio Velázquez dice que nunca dudó en “entrarle a todo”. Desde cambiar pañales hasta bañar a las hijas. Cuando le pregunto cómo fue que tomó esa decisión me mira como si yo viniera de otro planeta. —¡No había otra opción! —afirma. Porque ante sus ojos, si él no hubiera participado activamente con su esposa, ella simplemente no habría podido con todo el trabajo que implicaba cuidar a cuatro pequeños que además, se llevaban pocos años entre sí. Sin embargo Yenni, que además hoy en día es comunicadora y estudiosa de los temas de género lo contradice. Ella sabe que su padre podía haber sido como los de sus amigas del colegio. Ausente, desapegado, entregado sólo al trabajo y a ganar dinero. Pero agradece mucho que no haya sido así. Ella recuerda una infancia feliz cantando con su padre e interpretando los bailes y personajes de El Libro de la Selva. Tampoco puede olvidar que leyeron juntos libros como La Iliada, La Odisea o La Divina Comedia. Don Ignacio trabajó mucho tiempo en la Compañía de Luz y Fuerza del Centro en el turno nocturno. Aún así, se levantaba cada mañana a bañar y alistar a sus hijas, mientras su esposa se hacía cargo de los chicos y sólo así lograban que los cuatro estuvieran a tiempo para ir al colegio.

Don Ignacio no recuerda haber sido blanco de críticas o burlas por ser un padre participativo, pero sus hijas sí ubicaban que no todos los padres de sus compañeras eran iguales. A las otras chicas no les hablaron de qué hacer si alguien las acosaba en la calle o la escuela, ni les ayudaron con sus tareas incluso hasta la universidad. Yenni y su hermana sí están convencidas de que la presencia y acompañamiento de su padre sí fue determinante, y en forma positiva, en la vida que hoy tienen como adultas.

Para René López Pérez,  de Gendes, A. C., la familia que Ignacio y su esposa lograron construir al día de hoy es consecuencia de esta experiencia participativa y equitativa, a pesar de no ser algo común en su generación.

“La dinámica familiar se construye a partir de la interacción de sus miembros. Si el hombre está ausente de la participación, aunque viva en la misma casa, normalmente queda fuera de las relaciones que se van tejiendo y es muy claro que, cuando llegan a la vejez y ya no tienen poder económico o autoridad, que se queden solos si no generaron relaciones de afecto y cercanía en todo su ejercicio como padres”, dice el especialista. Eso no le ocurrirá a Ignacio, afirma tajantemente Yenni, mientras toma la mano de su padre.

Papá Ignacio Velázquez y su hija Yenni

UN PADRE ACTIVO…
• Tiene una relación afectuosa e incondicional con sus hijos.

• Mantiene un vínculo más allá de proveerle económicamente.

• Es partícipe y actor del cuidado diario y la crianza: le cuida, alimenta, duerme, viste, pasea, enseña, etc.

• Promueve lazos de apego afectivo mutuo.
• Comparte con la madre las tareas de cuidado y domésticas.

• Se involucra en todos los momentos del desarrollo de sus hijos: embarazo, nacimiento, infancia temprana, niñez y adolescencia.

• Brinda una crianza respetuosa: cuida, cría y educa con buen trato y mantiene un clima de diálogo y respeto con la madre y la familia.

• Estimula el desarrollo de los hijos: leyéndole cuentos, contándole historias, cantándole y/o poniéndole música, apoyándole en sus tareas escolares, jugando con él o ella.

ENEMIGOS DE UN PAPÁ ACTIVO:

1. El estrés laboral, económico, etc.

2. La adicción al trabajo.

3. Los conflictos con la madre.

4. La TV, computadora o celular en momentos de convivencia.

5. El machismo: creer que el cuidado de los hijos es tarea sólo de mamá y que la presencia y atención de papá se puede reemplazar.

Fuente: http://www.domingoeluniversal.mx/historias/detalle/Cero+machos-3932


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